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Residencia de Mayores S.A.

  • Published in Política Social

CUADERNO DE BITÁCORA

Mi amigo estaba indignadísimo, cabreado y echando espuma por la boca de rabia contenida, me contó:
“Acabo de sacar a mi madre de la residencia, he tomado está decisión a la vista del trato que vi con mis propios ojos le estaban dando”
Les aclararé que Antonio es un hombre que cuenta con suficientes recursos económicos para pagar el dinero que haga falta para que su madre, enferma de Alzheimer, esté lo más y mejor cuidada posible, por ese motivo no dudó en solicitar plaza en una de las residencias “de lujo” para mayores de edad en la capital tinerfeña.
El resultado fue que conforme pasaban los días la madre se encontraba más deteriorada, tanto física con anímicamente, hasta el punto de preocupar a la familia que empezó a visitarla más asiduamente, de forma que turnándose unos por la mañana y otros por la tarde decidieron investigar por su cuenta el trato que estaba recibiendo. El problema es que no les dejaban pasar del salón recibidor de visitas, lo que ocurría entre “bastidores” era desconocido por los familiares. Aquella mañana Antonio madrugó y fue a visitar a su querida madre a la residencia “de lujo”, al llegar inesperadamente pudo saltarse los controles y llegar a la habitación de su madre. El espectáculo que pudo ver era de lo más dantesco del mundo, su madre se encontraba tirada en el suelo, meada y con las heces en las manos, las pastillas del tratamiento en el suelo y ella murmurando sonidos inentendibles.
Como pudo aseo a su madre y la llevo en brazos hasta el coche, amenazando a los celadores con llamar a la policía y denunciar el caso en el juzgado de guardia. Antonio pudo ese día haber denunciado el caso y así evitar que se cometieran otros casos de ese tipo, pero él, supongo que más obsesionado por llevar al hospital a su madre que por utilizar la justicia, decidió contratar a dos enfermeras, una de día y otra de noche, y cuidarla desde su propio domicilio. Hoy la madre de Antonio vive una vida mejor, atendida por profesionales que saben muy bien su quehacer.
El Diputado del Común, abogado del pueblo en Canarias, ha puesto el dedo en la herida y ha “destapado” lo que era y es un secreto a voces: el maltrato de nuestros mayores en la gran mayoría de las residencias en Canarias.
Según este informe en Canarias residen 370.056 personas mayores de 65 años, un 17% en el total de los más de dos millones doscientos mil habitantes de esta comunidad autónoma. Es significativo, que un 19% de las personas con más de 65 años vive sola en su hogar.
Ese 19% de personas mayores en soledad significa la nada despreciable cantidad de más de 70.000 personas, gente que, por no tener, no tienen, en la mayoría de los casos, más de 600 € de pensión al mes.
En Canarias, la mayoría de las plazas en residencias son de titularidad privada (5.842), especialmente en la isla de Tenerife, frente a las públicas (4.152). Pese a estas casi 10.000 plazas, el Archipiélago cuenta con un déficit de 7.500 para alcanzar la ratio fijada de cinco plazas por cada 100 mayores de 65 años.
Si tenemos en cuenta que el coste medio por persona en una residencia privada en Canarias es de 2.232.53 € al mes y que el 47% de las residencias de mayores pertenecen a grupos de empresas privadas y el otro 13% a la Iglesia católica, el cálculo es sencillo, sólo el 40% de las residencias de mayores de 65 años, son de carácter público, para una persona significa un “lujo” poder residir los últimos años de su vida en un alojamiento donde se le de la calidad que se merece, pero si de lo que se trata es de poder optar a ese mismo hábitat pagada con nuestro dinero, en lo público, tienes las mismas posibilidades de jugar a la lotería primitiva y que te toque.
El informe del diputado del común es lo suficientemente esclarecedor para decir que las “pensiones” de nuestros mayores son una puta mierda, tanto es así que se recomienda el “aseo e higiene” del personal de cocina, la limpieza para erradicar plagas de roedores e insectos en habitaciones, la masificación de los dormitorios con más camas de las permitidas de acuerdo con su superficie, el mobiliario, la fachada, los salones donde se acinan los “inquilinos” de estás cutres “pensiones dignas de cualquier país tercermundista”.
De los 70.501 fallecidos mayores de 65 años por motivo de la pandemia del covid19, 29.628 personas mayores han fallecido en residencias: 10.482 lo hicieron sin contar con una prueba positiva que acredite su contagio, aunque presentaran síntomas compatibles con el Covid-19. Entre las carencias que reconocen que han provocado el abandono de las personas mayores se encuentra, en primer lugar, la decisión de forma automatizada y en bloque de no derivar a las personas mayores enfermas a los hospitales, sin llevar a cabo valoraciones individualizadas. También han detectado un régimen de inspecciones insuficiente, pese a que otros actores sociales como el Diputado del Común que ya pedían actuar sobre ello. A esto se le une el régimen de visitas incumplido, llegando a un encierro «de facto» en las residencias, que ha vulnerado los derechos «a la vida privada y familiar de los mayores».
Pero lo realmente patético y triste, aún más triste y patético que la propia muerte, lo que realmente se ha descubierto es el pasotismo que tiene la sociedad con respecto a esas “residencias” que albergan a los nuestros más lo longevos. En realidad, lo que se ha puesto de manifiesto es lo que, en parte, sabíamos; el trato vejatorio a los que someten los “geriátricos” a nuestros padres y abuelos.
España entera tiene que sentir pena, vergüenza y rabia ante estás crueles cifras que han puesto al descubierto que nuestra red de atención a los más viejos de nuestra sociedad está obsoleta, carece de profesionales y por supuesto de la mínima atención sanitaria que precisan.
Nosotros, los españoles del siglo XX, los que lucimos canas y tenemos hijos y nietos, tenemos que reconocer que somos los culpables de la actitud de nuestros descendientes con respecto a sus progenitores. La falta de respeto, el egoísmo que muestran, el olvido al que someten aquellos que, después de darlo todo, cuando le hemos exprimido toda su capacidad productiva, lo desechamos como si fuese un preservativo usado, un tampax o un envase no retornable.
Siempre he pensado que llegar a ser viejo tenía que ser algo así como presentar tu carnet de jubilado y que se abriesen todas las puertas, que con los muchos años trabajados tendrías la oportunidad de gozar de una pensión digna, que te permitiese vivir esos últimos años bajo tu propio techo, sin pedir nada a nadie y menos a los tuyos, en definitiva: mirar para atrás sin que te quitasen lo bailado y te dejasen seguir bailando por la vida. Quizás, llegar a viejo, de esa forma, sería más confortable, más llevadero si el ayer no se olvidase con tanta prisa.
Debemos imitar a otros pueblos, los chinos y los japoneses a las personas con el “pelo blanco” se les permite hablar primero, tienen todos los privilegios de la sociedad, Los noruegos y suecos, construyen hoteles de lujo como residencia de sus mayores, no solo lo hacen por gente mayor, también lo hacen por ellos mismos. Es estúpido pensar que la juventud es eterna, en el fondo todo queda resumido en aquella frase: “cómo te ves me vi, como me ves te verás”.
Los que hoy son jóvenes mañana tendrán el mismo problema, serán tampax, preservativos, o envases no retornables.